09 julio 2008

EL PAÍS 09.07.2008

El hombre nuevo tarda en llegar

Las mujeres se han sacudido su rol tradicional y ocupan el terreno antes masculino - Pero sus compañeros no han cambiado al mismo ritmo

CARMEN MORÁN

Normalmente, cuando se habla de género, el imaginario colectivo dibuja una mujer. Pero el género masculino también existe, es decir, todas aquellas características que la sociedad tradicionalmente atribuye a los hombres por el hecho de nacer varones. Ese modelo de masculinidad con el que aún hoy crecen muchos niños -coches ultrarrápidos, la espada, la ausencia de lágrimas, el repudio forzoso de muñecas y cocinitas y otros detalles mil veces más sutiles pero igual de determinantes-, está obsoleto. Y está dificultando la consolidación de una sociedad más igualitaria que les reporte beneficios, pero sobre todo, que les aleje de su peor enemigo: ellos mismos.

Los grandes avances se han logrado con la visibilidad pública y política de la mujer
El modelo masculino lleva a adoptar actitudes de riesgo y desafío
Las reivindicaciones feministas se vieron como caprichos individuales
Algunos medios de comunicación incluso refuerzan los estereotipos
Marina Subirats, catedrática de Sociología, ha buscado algunos "datos empíricos" para demostrar cómo el hombre se agrede a sí mismo por seguir ese modelo de masculinidad. "¿Por qué los hombres se mueren antes que las mujeres?" Eso ocurre en todas las edades y en todos los países, salvo en dos, Níger y Zimbabue, donde los embarazos, los partos y algunas enfermedades aún siegan la vida de las mujeres muy temprano.
En España, la mayor diferencia entre las muertes de hombres y mujeres se da a entre los 20 y los 25 años. Hay causas claras para ello: accidentes de tráfico y deportes de riesgo, drogas, suicidios y homicidios. "Por cada mujer se mueren entre tres y cuatro hombres a esa edad", dice Subirats. Y explica que es el modelo de masculinidad lo que les lleva a adoptar "esas actitudes de peligro, de desafío, de falta de temor, de riesgo", que no abundan en las mujeres, más prudentes y que no tienen necesidad, porque nadie se lo ha inculcado, de demostrar ningún ardor guerrero. Por eso, dice Subirats, "los hombres matan a las mujeres, pero se matan más entre ellos, y esa debe ser una razón poderosa para cambiar".
En el congreso internacional Mundo de Mujeres, que ha reunido en Madrid a más de 3.000 participantes alrededor del lema La igualdad no es una utopía, algunos expertos, como Subirats, han tenido ocasión de tratar la masculinidad como una barrera para la igualdad. Es un asunto que la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, sacó al debate político las últimas semanas.
Subirats, una de las participantes en este congreso, opina que "las mujeres han analizado y hecho crítica del modelo tradicional que les tocó, ya salen a trabajar fuera, juegan al fútbol, repudian aquellas características impuestas, sumisión y obediencia, pero los hombres todavía no han hecho ese viaje, por eso el modelo de guerrero impasible se ha quedado obsoleto".
"La ciencia psicológica finalmente también se ha liberado de su tradicional explicación psicogenética y los estudios de identidad ya no tienen ese lastre", explica la catedrática de Psicología Rosario Ortega. "Antes las niñas construían su identidad en cuanto niñas y los niños como tales niños, ahora no, felizmente, al menos en la ciencia. El individuo debe construir su identidad como persona. Creo que en el futuro la gente podrá elegir de una forma libre qué es lo que hace y cómo lo hace, sin responder a roles ni a estereotipos, si los hombres quieren llorar, llorarán, por ejemplo. Ese es el camino que ya está marcando la ciencia. Creo que la sociedad lo recorrerá algo más tarde".
Ortega, que trata a menudo los conflictos entre chicos y chicas, observa, como ellas, que antes respondían a esos roles de obediencia y sumisión, y ahora a veces se defienden con las mismas armas que ellos. "Buscan su seguridad, esto es preocupante, y desde luego, lo hacen porque imitan modelos masculinos".
Esa es una de las razones por las que ese modelo de masculinidad ha de cambiar, según Subirats, para que puedan cambiar las mujeres. "Hasta ahora, sólo hemos imitado los modelos masculinos para llegar adónde queríamos, en la empresa, en la calle". Cree que el "género femenino, tal y como se le ha entendido, se está extinguiendo". ¿Hay para tanto? "Sí, en política, por ejemplo, muchas de las mujeres que acaban llegando lo logran porque son más duras que ellos, imitan su modelo. Podemos tener cargos, pero son puestos prestados, no para hacer lo que queremos, sino lo que harían ellos si estuvieran ahí". De tal forma, dice, que "las mujeres han ido abandonando ese género femenino, incluso dejando de tener hijos, y ellos no acaban de entrar en el ámbito doméstico".
En este panorama, algunos países vienen a poner luz, los nórdicos, que han transitado muchos más años por el camino de la igualdad. En Noruega, por ejemplo, ya se aprecia el acercamiento de los hombres sin complejos y sin traumas a las tareas que en España hacen las mujeres mayoritariamente.
Sin embargo, como han subrayado algunos expertos en este congreso, las series televisivas, que tanto han favorecido la aceptación social de las parejas gays y lesbianas, por ejemplo, o incluso de la mujer incorporada al ámbito laboral en terrenos que le eran propios al hombre, no han modificado sustancialmente los estereotipos masculinos. "En el ámbito del ocio, la creatividad, los medios de comunicación, todavía se transmiten muchos estereotipos masculinos, incluso se refuerzan", opina la filósofa Alicia Miyares. "Creo que la educación ha de hacer mucho por cambiar esto, porque es ahí donde se trasladan todos esos roles. Sin embargo, los grandes avances en igualdad han venido por la visibilización pública y política de la mujer, pero el reto ahora es la relación entre ambos sexos y es ahí donde los hombres han de hacer su trabajo. Eso depende en gran medida de la pedagogía", añade Miyares.
El delegado para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad, Miguel Lorente, está convencido de que los modelos tradicionales de masculinidad han de modificarse, pero alerta de la resistencia que se está mostrando entre los hombres, de forma muy sutil en ocasiones. "Hace ya muchas décadas que las mujeres hicieron una crítica analítica del papel que les había tocado jugar como mujeres y se rebelaron contra esa injusticia. Los hombres, sin embargo, han ido simplemente adaptándose a las exigencias que les llegaban. Empezaron minusvalorando el movimiento feminista sin darse cuenta de que era una reflexión crítica y analítica. Simplemente dijeron, 'dejadlas, si quieren trabajar que trabajen'. Pero no se dieron cuenta de que no eran caprichos aislados sino un trabajo histórico por romper injusticias de las mujeres", dice Lorente. "Y ahora existe lo que llamo posmachismo y que nace en los años setenta, cuando la mujer consigue su liberación sexual gracias a los anticonceptivos y también a las medidas de divorcio sin culpa en Estados Unidos. Ya no dependían de un hombre ni su función era simplemente la de procrear. Por otro lado, el feminismo llegó a las instituciones y las mujeres fueron ocupando puestos de responsabilidad. Ahí es donde los hombres se dieron cuenta de que la cosa iba en serio", prosigue Lorente.
El posmachismo del que habla critica el feminismo y lo pone en la misma bandeja que el machismo. "Reivindican un pasado que les es más cómodo pero lo camuflan bajo una postura aparentemente neutral. Siempre aparecen en sus reflexiones alguna universidad rara que les da a ciertos informes una pátina seudocientífica. Hablan de cosas que, dicen, no distinguen sexos, pero al final siempre la culpable o la perversa, casualmente es la mujer. Se apuntan incluso a la mutilación masculina, para poner en el mismo nivel la injusticia de unos y de otras, algo que no es así, para nada", asegura Lorente. "Y además, siempre hablan en nombre del bien común, siempre dicen: esto no es bueno para la mujer ni para el hombre, es para todos".
En realidad, según Lorente, salvo excepciones de hombres que sí han caminado hacia una revisión crítica de la masculinidad tradicional, "pocos aunque cada vez con más fuerza", la mayoría se ha adaptado a duras penas, y sus cambios han sido muy cosméticos. "Que hay que fregar los platos, yo los friego, que hay que cambiar pañales, yo los cambio, pero no han perdido su poder que es lo que le daba valor a la figura del hombre. Han cambiado para seguir igual", dice Lorente.Y se les sigue educando para guerreros que no pueden manifestar temor ni sensibilidad. Pero, dice Marina Subirats, "esa masculinidad ya no tiene sitio en los tiempos de hoy".

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